miércoles, 4 de abril de 2012

La gata que vive en la luna...



Siempre me gustaron los cuentos: de hadas y princesas, de animales y flores que podían hablar, de gente común con sus problemas comunes, todos tan lejanos a la realidad que me rodeaba. Leía, no, devoraba las palabras y creaba poco a poco un mundo a mi medida donde las flores vestidas con sus mejores fragancias atraían a pequeñas hadas para que pintaran sus pétalos de color, donde los pájaros en su hermoso lenguaje charlaban entre ellos sobre cómo se presentaba el día, ellos antes que nadie sabían si el Sol iba a lucir o se esperaba tormenta.

Un mundo a mi medida que me fue apartando de la realidad, un mundo que me hizo buscar paralelismos entre lo que creaba y lo que veía. Así, me sentaba horas delante de las flores para escucharlas hablar. Memoricé sus formas, sus texturas y fragancias, descubrí como se movían al son de la música del viento, como cerraban sus ojos al irse el Sol. Preguntaba a mi madre los nombres de cada una por lo que, cuando no supo que contestarme (la sabiduría materna es infinita, pero no así los conocimientos), me acabó comprando una enciclopedia con fotos para que las buscara yo misma, para que descubriera el vasto mundo de los nombres.

Todo absolutamente todo quedaba clasificado de forma fría y objetiva. Fue otra forma de huir de mi realidad, mirarlo todo bajo la perspectiva de una lupa, por lo que pasé de buscar las hadas que pintaban las flores, en las que dejé de creer como seres reales tras leer la enciclopedia, a cotejar y contrastar la información que conseguía en los libros. Me convertí en observadora científica y a la vez experimentaba con esta nueva realidad. Pero esto no fue bastante...

Cuando dedicas todo tu tiempo a leer y conocer, cuando pasas horas enteras observando lo que te rodea, acabas dándote cuenta de que falta un elemento en la ecuación, algo más movía el mundo, la ciencia no explicaba todo, había algo que escapaba a la razón. Empecé a leer sobre ese mundo que no podía hallar en las enciclopedias, ese que no describía al ser.

Leí sobre religiones, todas las que pude, leí sobre parasicología, energías, mundos paralelos, la física mecano-cuántica se mezclaba con las teorías de viajes en el tiempo, la biología con las historias de vida después de esta vida, reencarnaciones, y todo lo que cayera en mis manos... Seguía faltando algo. Todo lo que hallaba en mi camino sobre estos asuntos se basaban en la fe, era creer o no creer, lo que hacía que no estuvieran muy alejadas de la realidad de los cuentos y sin embargo, algo impulsaba a las personas, a veces contadas por millones,  a que creyeran en esas realidades alternativas...

Estaba claro que el siguiente paso era estudiar al ser humano. Así que profundicé en libros de filosofía. Llegados a este punto tengo que decir que la filosofía me resulta especialmente tediosa, muy subjetiva y nada clarificadora, aún así me ayudó a ver distintas formas de observar al hombre.

Ya sé que puede sonar frío y aséptico. Me convertí en un Gran Hermano que veía y escuchaba cómo reaccionaban las personas ante un mismo estímulo (no provocado por mí, obviamente), hasta que acabé preveyendo con bastante acierto sus reacciones, casi una suerte de telepatía, de precognición de los sentimientos. Me convertí en un ser pseudo empático, porque podía comprender lo que pasaba por la mente de esa persona, pero era incapaz de ponerme en su lugar, no quería entrar en su mundo real y sentir lo mismo, los libros de ficción era lo único que yo me permitía sentir, a lo único que podía enfrentarme era a la no realidad.

La vida, influenciada supongo que por mi negativa a ahondar en mis sentimientos, evitó durante unos años ese paso necesario. Quizás si hubiera dado el salto antes me habría ahorrado mucho dolor, aunque, quien sabe, quizás ese dolor fue necesario para darme cuenta de que mi propia esencia era importante en la ecuación del mundo, de mi mundo.

Llegó un día en el que, sin saber cómo gestionar mis propios sentimientos, huí del todo al mundo que creé siendo niña y allí me senté bajo un sauce a llorar. Lloraba noche y día, tanto que desdibujé ese universo en el que ya no creía y mis lágrimas acabaron formando un espejo bajo mis pies. Dejé de llorar y empecé a observar a esa extraña que me miraba desde el otro lado con esos ojos tan abiertos traspasando mi alma. Al fin mis ojos se atrevieron a atravesar las capas que me rodeaban y a descubrir esa pequeña llamita que iluminaba mis noches más oscuras.

Siguen gustándome los cuentos, ahora más que nunca, quizás porque sé que todos ellos tienen su componente de realidad, bueno, puede que los cuentos sobre personas normales con problemas normales estén un poco traídos por los pelos. Sigo observando el mundo que me rodea y sus seres, más que para entender, para apreciar, para amar, busco la misma llama que vi en mis ojos, sin darme cuenta a veces que soy yo misma la que hace brillar lo que me rodea, aún tengo mucho que asimilar. Y, cómo no, sigo creando un mundo donde refugiarme en días de tormenta, donde nada pueda alcanzarme, donde observo mi interior y el exterior y creo mis propios cuentos, cuentos que hablan de mí, que hablan de mi viaje, que hablan de La gata que vive en la luna...



Nota: El broche que aparece en la foto de la gata sobre la luna fue creado por una gran persona y artista a la que podéis conocer a través de su obra en su página web http://nh2igual.com/ .

1 comentario:

  1. Sin palabras me has dejado... Con tantas cosas que querer comentar y sin encontrar las palabras adecuadas... Sólo gracias por tan... tan... tan intima entrada. Besos. @moni80

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